Fuente: Con el permiso expreso de Yuri Millares, Director de la web: http://www.pellagofio.com/
y el articulo original lo podemos
ver también en el siguiente enlace: http://www.pellagofio.com/?q=node/712
A Inocencia Páez Betancort la conocen sus vecinos de Caleta
de Sebo [en 1999], en La Graciosa, por sus poemas. La mayor
parte de sus 71 años los ha dedicado a escribir
versos en los que su isla y distintos episodios de su vida en relación
con ella son protagonistas. Una vida, la de esta mujer, que ha estado vinculada
siempre al mar y a la pesca. Contaba 18 años cuando viajó en uno de esos pequeños
barcos de madera hasta las islas Salvajes a coger lapas y burgados mientras su
hermano pescaba. En el transcurso de ese viaje escribió su primer poema “con
fundamento”, un relato que todos en el pueblo quisieron escuchar.
Con pescado en Haría y Ye
La madre de Inocencia Páez tenía una tiendita
en Caleta del Sebo, así que recuerda haber ido las dos en numerosas ocasiones
hasta Haría a comprar productos que luego vendían en la aldea de pescadores de
la que ambas eran hijas. También aprovechaban el viaje para vender pescado,
sardinas, por ejemplo, en el primero pueblo que se encontraban caminando por el
norte de Lanzarote: Ye, para ganar dos pesetas y media con los que comprar
botellas vacías para el escabeche.
La isla de
La Graciosa y su puerto de Caleta de Sebo vistos desde el lado de Lanzarote,
bajando el camino de los graciosero.
El vinagre en la cabeza
A la vuelta recuerda llevar pesadas cargas, como un
garrafón de vinagre de 16 litros. En el camino del Callao hacía algunas paradas
para descansar y desde lo alto del Risco de Famara veía a los trabajadores de
la salina del Río alrededor de las hogueras donde asaban el pescado.
Salinas
del Río, en estado de abandono desde
mediados del siglo XX.
Destino: Islas Salvajes
“Yo tenía dieciocho años /cuando mi hermano me
ha dicho: / Si quieres ir al Salvaje,/ verás lo que nunca has visto”. De este
modo comienza su largo poema, Un viaje que hice a la isla del Salvaje, en el
que relatas las peripecias de una travesía que durante un mes la tuvo lejos de
la pequeña isla, donde nació, que tanto adora.
Poemas escritos en papel de la tiendita
A los 12 años había empezado ella a escribir
poemas en papel de bazo, ese papel, también llamado de estraza, tan utilizado
antes en las tiendas para envolver el azúcar, el café o el arroz y que ella
obtenía con facilidad del mostrador de la venta de su madre.
Inocencia sentada frente al mar con el lapero.
En un barquillo velero
Su primer poema “con fundamento”, dice, fue éste d
Su primer poema “con fundamento”, dice, fue éste d
Partió con un grupo
de hombres y mujeres entre los que se encontraban su hermano, un tío y una
prima porque “allí se curaba el pescado que daba gloria. Con mar bonancito se
ve desde el Salvaje Chico el pico Teide”. Allí improvisó esa poesía que unos
versos más adelante relata: “Y el día 23 de mayo / emprendimos nuestro viaje. /
A las nueve de la mañana / con dirección al Salvaje / en un barquillo velero /
valiente y de buen camino”.
Sobre unas
rocas que deja el mar a la vista durante la bajamar, Inocencia coge lapas.
Apreturas y vaivén
El barco, que no era muy grande, llevaba, a su vez, otros
más pequeños para echarlos al agua una vez hubieran llegado. Un viaje, pues,
con las apreturas de tantas cosas como llevaban y el vaivén de flotar en un
inmenso océano.
...“Para mariscar lapas es con un
lapero con el cabo de madera; burgaos es a mano en los charcos; los pulpos es
con un fincho”, describe las diferentes técnicas según qué se coja en el marisco...
“No llores madre mía”
“No llores más madre mía / porque me ausento de ti, / que
voy con mis amiguitas / y pronto regreso aquí”, siguen los versos, explicando
la despedida, para continuar el relato marinero: “De La Graciosa salimos / con
viento norte-sureste / y a las cuatro de la tarde / el viento desaparece. /
Tuvimos que izar más velas / a ver si avanzaba más / y a las doce de la noche /
las tuvimos que arriar / por un mal tiempo contrario / que nos hacía llorar”.
Casas,
barcas, playa y mar, así es Caleta de Sebo, el pueblo de pescadores de La Graciosa.
Instalados
en Salvaje Chico
Sometidos a la furia del mar, Inocencia rezó de rodillas e hizo promesas, hasta que el mal tiempo remitió y continuaron viaje sin más dificultades. Tres días y dos noches navegando después avistaron tierra a las tres de la tarde. Se instalaron en unas chabolitas de piedra seca techadas con tablas y plantas, junto con sus provisiones de agua.
Ropa limpia... y salada
La ropa la lavaban con agua salada y cocinaban mezclando la
mitad dulce y la mitad salada. Se acostaban sobre cebadilla, una hierba que
allí crecía y sobre la que ponían las sábanas.
A mariscar
Aquellos días en las islas Salvajes se dedicó a mariscar
con su prima. “Para mariscar lapas es con un lapero con el cabo de madera;
burgaos es a mano en los charcos; los pulpos es con un fincho”, describe las
diferentes técnicas según qué se coja en el marisco.
Inocencia en
la puerta de su casa junto a Fernando, su marido.
Desmayados por la sed
“Sólo habían veinte días / que en el Salvaje habitamos /
cuando se ha puesto mal tiempo / que no pensamos salvarnos. / Aunque teníamos
comida / el agua se ha terminado / y la sed cada vez más / se apodera de
nuestro ánimo. / Ya no queda más recurso, / decían los marineros, / sino de ir
a buscar agua / antes que nos desmayemos. / Se embarcan los marineros / y el
barco se preparó / para ir al Salvaje Grande / en busca de salvación. / En ver
la triste barquilla / yo desalada lloraba / porque mi hermano también / en esta
ocasión se hallaba. / La barquilla parecía / una paloma extraviada / y entre el
rumor de las olas / las velas le blanqueaban”.
Un mes y regresar
Un mes pasaron en aquellas islas deshabitadas, pescando y
mariscando hasta que llegó el momento de regresar. “Adiós Salvaje querido, /
tierra alegre y saludable / que a todo el que aquí viniese / tú te muestras
agradable. / Me voy para La Graciosa / que es a quien tengo amistad, / es la
tierra en que nací, / le tengo soledad”: con estas palabras se des pidió en su
poema de aquella nueva tierra que conoció y pusieron rumbo a su isla.
Por San Juan, en casa
Fue el mismo día de San Juan cuando arribaron a ella, “un
día de fiesta grande” para Inocencia, que traía consigo esos versos sencillos y
sentidos, relato de unos acontecimientos que leyó y releyó a sus vecinos y
aprendió de memoria: “Todos en La Graciosa venían a casa para que les leyera la
poesía”.
Reportaje “Poemas en papel bazo”, que se
publicó en 1999 en el diario 'Canarias7', dentro de la serie “La ruta de los
sentidos” (Premio a la Mejor Labor Informativa del Año 1997 de la Consejería de
Agricultura, Ganadería, Pesca y Alimentación del Gobierno de Canarias).
Potaje de gavioto nuevo
El poema de Inocencia Páez relatando su viaje a las islas
Salvajes a mariscar y jarear pescado habla de la sed que pasaron cuando las
reservas que llevaban se agotaron. Caldos de pescado, sopas con fideos y
potajes con gaviotos nuevos (pollos de gaviota) los hacía mezclando agua salada
y dulce.
La Graciosa también tenía sed
En La Graciosa también tenían el problema del agua,
igualmente escasa. “Se recogía en aljibes de los barrancos y en los techos
cuando llovía”, dice. “Si no había se iba abajo del Risco a por agua y a lavar
la ropa: a Gusa, a la fuente de la Salina que cuando bajaba la marea se
vaciaba”. Para desembarcar “se saltaba sobre el marisco, los hombres cargaban
con las mujeres con los calzones remangados”.
Latas de cerveza en la cabeza
Siendo La Graciosa una isla tan pequeña y estando sus dos
núcleos de población (Caleta del Sebo y Pedro Barba) tan cerca uno del otro, se
da una curiosa situación: “Llovía más en Pedro Barba y con latas en la cabeza
se iba a buscar a los aljibes que había allí”, explica Inocencia.
Los potajes, por la noche
“Los potajes se hacían por la noche, para que los hombres
comieran caliente cuando venían de la mar. Comida de fuego, porque a la mar se
llevaban gofio amasado, fruta pasada y queso”. Los hombres salían a las cinco
de la mañana a coger carnada y después iban a pescar y no regresaban hasta
avanzada la tarde. Las mujeres eran llevadas por sus maridos hasta el otro lado
de El Río antes, a las tres, y subían descalzas por el Risco hasta llegar a las
ocho a Haría, donde se calzaban las alpargatas.
Reportaje “Poemas en papel bazo”, que se
publicó en 1999 en el diario 'Canarias7', dentro de la serie “La ruta de los
sentidos” (Premio a la Mejor Labor Informativa del Año 1997 de la Consejería de
Agricultura, Ganadería, Pesca y Alimentación del Gobierno de Canarias).
Una piedra para dar sabor
El caldo de pescado, un plato muy tradicional de las islas,
es preparado y consumido en La Graciosa con algunos matices que lo diferencia
del de otros lugares del Archipiélago. “Los viejos me decían que ellos le
echaban una piedra con musgo para darle sabor al caldo”, relata, incrédulo su
marido.
La receta del caldo de pescado de Inocencia
Los ingredientes, cuando Inocencia Páez lo prepara en su casa, son: pescado
que puede ser bocinegro, cabrilla o mero, además de algunas papas, tomate,
cebolla, pimiento, ajo, cilantro, azafrán, sal gorda, aceite y gofio para la
escaldada. Durante la preparación esta graciosera pone un chorro de aceite en
un caldero al fuego, coloca las papas en él (si son pequeñas, enteras; si son
grandes, cortadas en cuatro trozos cada una) “y se bate hasta que quede como
una cremita”, explica. Luego se añade el agua y, convenientemente picado, el
tomate, la cebolla, el pimento, el ajo y el cilantro. A continuación hay que
añadir azafrán (o colorante amarillo) y sal gorda marina “cogida aquí”,
precisa. Con todo ya en el fuego e hirviendo se añade el último y fundamental
de los ingredientes, el pescado fresco, troceado. Cuando están guisados el
pescado y las papas se puede apagar y proceder de la siguiente forma, según la
costumbre en La Graciosa: Se saca el pescado aparte, que se comerá en seco; se
sirven las papas con el caldo; y se pone gofio en un tazón con un poco de caldo
para hacer una escaldada, removiendo hasta dejar una masa bien mezclada y
cremosa.
Textos y fotografías: Yuri Millares
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