Todo debió
empezar hacia 1930, cuando don Luis Toledo Betancort, el padre e inspirador de
la saga, era todavía un niño. O quizás antes, aunque el paisaje fuera el mismo:
frente al Risco gigante, al lado del fondeadero de Caleta del Sebo, a donde sus
abuelos, los primeros Toledo de la isla de La Graciosa, habían llegado
procedentes de Arrecife para echar más redes que raíces.
Allí, donde
a esta hora hay una placita con puestos de mercadilleros de estilo rastafari,
no colgaban entonces artesanías ni abalorios, sino salemas, viejas y sardinas,
secándose a la solajera. Allí, con un cartoncito de estos rugosos, aprendió don
Luis, seguramente de su tío José Toledo, las primeras nociones de música.
Faltaba aún el instrumento, pero no las ganas ni el jeito, de modo que
calculamos que por entonces, raspando con los deditos de chinijo chico contra
el papelón, se fundó la Parranda de los Toledo.
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