Antaño en la época estival,
es decir, en los meses de julio, agosto y septiembre los gracioseros: cesto en mano y pa`atrás (es
decir cruzar la isla) con dirección a las
charcas a recoger la preciada sal para obtener el conservante con el que sazonar
los alimentos perecederos y poder soportar el posiblemente duro invierno que se
avecina. Después de raspar (coger sal en los charcos) la dejaban “orear” un rato encima de una roca plana e inclinada
para que se fuera desangrando, es decir, perdiendo el agüilla, para de esa
manera la carga fuera más liviana.
El medio más común para
trasportarlo en aquellas épocas no muy lejanas era el burro o el camello y los
que no tenían esa herramienta de transporte se lo echaban a la cabeza o en una Jena (especie de mochila que se
colgaban detrás de la espalada, principalmente hecho de la pata de un pantalón
de agua que se utiliza para la pesca) con rumbo hacia Caleta de Sebo.
En tiempos pasados, esta
materia que nos brinda la madre naturaleza, se utilizaba para conservar los
alimentos, tanto para salar carne, tocino como principalmente salar el pescado. Con la llegada de la electricidad a
la isla, todo cambió y los métodos de conservación se transformaron, dejando a un lado la preciada sal para
pasar a los modernísimos congeladores y con ello “una gran revolución” en los métodos de conservación.
Pero, como siempre hay un
pero. Hoy en día la sal se sigue
recogiendo en los charcos de la Isla de La Graciosa, pero el transporte no es como a la antigua
usanza, sino con la nueva herramienta que en muchas partes del mundo se
utiliza a diario que es el famoso coche.
La
sal sigue siendo una muestra más de la identidad graciosera, que sigue
perdurando con el paso del tiempo. La blancura de la sal graciosera es
muy apreciada y utilizada en la cocina por su pureza y sabor, dando un toque a
los “caldos” que cada graciosero
prepara en su respectiva vivienda con un fisquito de esa cristalino y diáfano
ingrediente graciosero.
Como una imagen vale más que
mil palabras, esas cualidades las pueden comprobar en las instantáneas que
están incrustadas a lo largo de este post. Les invito ahora a que cada uno de
ustedes analice la transparencia de la sal graciosera. Si bien es cierto, que
no se podrá degustar a través de la pantalla, también es indiscutible que a
través de la imaginación podemos percibir lo que deseamos para nuestro paladar.
Ahora toca a cada uno sacar sus propias
conclusiones, de las que seguramente habrá variadas y para todos los gustos.
¡Pero
con una pizca de sal graciosera!
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