Permítannos, puesto que son las fiestas del y para el pueblo,
saltarnos el protocolo, asi que comenzamos: Buenas noches amigos,vecinos y
visitantes de la Isla y buenas noches a las autoridades.
Ante todo agradecer a la comisión de fiestas y vecinos que se
han acordado de la figura del que fue maestro de La Graciosa, como popularmente
se le conocía, durante algo más de veinticinco
años, Juan Pérez Mesa, nuestro padre.
Nada mejor para comenzar que hacer una breve alusión a la
biografía de Juan Pérez Mesa.
Nació el 1 de mayo de 1922, en Sata Lucía de Tirajana, en Gran
Canaria, sus padres , Juan Pérez Caballero y María Mesa
A los pocos meses de nacer, falleció su padre, yendo a vivir
con su tía María Pérez Caballero, maestra, con la cual residió durante cortos
espacios de tiempo en Las Palmas, Tafira, San Bartolomé de Tirajana, Montaña
Cardone, en Arucas etc etc.
A la edad de 5 años llegó a Montaña Cardone, cursando sus estudios en Arucas, hasta el
bachiller, y cuando falleció su tía en 1.945, se trasladó a Las Palmas, donde
trabajó en la Patronal de guaguas, en horario de mañana y tarde hasta las 17,00
horas, a partir de la cual iba asistía a clase, en la escuela de Magisterio.
Terminando los estudios en 1.950.
Tras lo cual comenzó a ejercer la docencia, estando
primeramente un año en la Casa del Niño,
en San Cristóbal. Posteriormente hizo una sustitución de Seis meses en
Aguimes; en las Alcaravaneras del año
1951 al 1.953, donde conoció a nuestra madre; trasladándose durante este último
período a Madrid, para el curso de instructor elemental, indispensable para
presentarse a las oposiciones de Magisterio, las cuales, superó en la primera
convocatoria, esto es, en marzo de 1953.Fue entonces cuando solicitó la plaza
del caleta del Sebo, en La Graciosa.
Contrajo matrimonio con Carmen Vega Arteaga el 4 de septiembre
de 1.953.
El 13 de ese mismo mes
se trasladó a Arrecife, en el popular Correíllo, permaneciendo durante
cuatro o cinco días, dado que no existía comunicación continua con la Isla de
La Graciosa, máxime cuando tan solo un barco,
que efectuaba con relativa frecuencia el trayecto de la mencionada
isla hasta el muelle de Arrecife,
llamado Isla de La Graciosa” pero conocido popularmente como “El Chipipirripi”
siendo su patrón, Jorge Toledo, que
sería muy buen amigo durante toda su estancia en la Isla; encontrándose en esos
días el barco, en Arrecife, por ser la fiesta de Nuestra Sra de los
Dolores, Virgen venerada por los
isleños. Terminadas las cuales, concretamente el 18-9-1953, se trasladaron a La
Graciosa, donde residió de manera
continuada hasta 1.978.
Estando en La Graciosa, nació su primer hijo, Fernando.
Realizó multitud y variadas funciones, así tras el nacimiento
de su segundo hijo, Ana María, fue nombrado Delegado en la Isla, del Instituto Social de la Marina,
atendiendo con ello los cobros de los
barquillos, pago de subsidio familiar y demás trámites propios de la
Delegación.
Impartió a los isleños, varios cursos de patrón de tráfico
interior de puerto y dos de motorista, para motores de 50 CV, toda vez que
comenzaron a exigir titulación para llevar los barquillos de motor, lo que le
fue propuesto previamente por el Director del Instituto Social de la Marina, de
las Palmas, solicitando para el
desarrollo de esta nueva función permiso
a la inspección de enseñanza, aunque era realizada fuera del horario escolar y
de forma totalmente gratuita.
Aunque previo a tales cursos, dado que la población adulta en
su gran mayoría eran analfabetos, en horas
de la noche dio clases para enseñar a leer y escribir. Clases que se fueron repitiendo por temporadas.
Pues existía gran interés por parte de muchos isleños, tal es
el caso de D. Pablo Guadalupe, que en ese entonces podría tener algo más de
sesenta años, y cuya ilusión era poder
leer novelas del Oeste, lo que motivó en
igual sentido a Don Gregorio Morales, señor de hablar exquisito y poético, pero
carente de conocimientos en la lectura y escritura. Y como éstos muchos más.
A consecuencia del cargo que ostentaba, de delegado local del
Instituto Social de la Marina, debía trasladarse a Arrecife, una vez al mes,
para efectuar los ingresos recaudados y las gestiones propias e inherentes a
dicho cargo. Existían en tal época, un total de 16 barquillos, que pagaban la
cuota al ISM y cobraban el subsidio familiar, unas 48 familias.
Realizó igualmente labores sanitarias básicas, primeras curas
en caso de accidentes ocasionados por anzuelos u otros utensilios propios del
devenir cotidiano, quemaduras, además de inyecciones etc, habiéndolo dotado el
ISM con un botiquín, que contaba con el material propio para primeros auxilios.
Durante gran parte de los años
que allí residió, la comunicación con la isla de Lanzarote, era escasa,
no existiendo inicialmente el muelle de
Órzola como tal puerto, siendo los traslados directamente hasta Arrecife,
aprovechando que el barco en cuestión iba a descargar el pescado.
Ya cuando el muelle de
Orzola, puerto de difícil acceso por el continuo oleaje y corrientes que lo azotaban,
como por la existencia únicamente de unos o dos accesos, las llamada bocas de
Orzola, unido ello a que los barcos
entonces, pequeños, de madera, carentes
de los avances de que disponen los actuales, se precisaba de la pericia y
prudencia, que sólo los marineros de esta isla parecían tener; comenzó a ser el punto de conexión con la
vecina Isla de Lanzarote, tanto para descargar los barquillos, las capturas
diarias, como por ser el punto de
avituallamiento de la isla, llevada a cabo por los dueños de las tres tiendas
existentes en la isla, la de Manuel Betancort en la Sociedad, la de Pedro
Morales, frente a la Iglesia, en la que despachaba una morena de gran fortaleza
y desparpajo, que se convertiría con el
tiempo en un referente para la isla, y
la tienda de Jorge Toledo, hombre hospitalario, al igual que su familia, que
fue durante casi toda su vida, la autoridad en esta isla, y que se encontraba junto a la explanada del muelle, quienes en
sus barcos, entre otros, el Chipirripi o el que llevaba el nombre de la misteriosa
isla vista por muchos de los marineros, San Borondón, cargaban la mercancía que
trasladarían a sus respectivas tiendas,
para ser adquiridas posteriormente por la población.
Durante su estancia en la Isla, la afluencia de visitantes era bien escasa, por no decir nula, entre
ellos mencionar, el que pese a la corta estancia en la Isla, en la que se
inspiró para escribir su obra “Parte de una Historia” fue
suficiente para llegar a formar parte de la de la Isla, al llevar el Centro de
Educación Primaria de Caleta del Sebo, su nombre, Ignacio Aldecoa.
Fue también a través del Maestro de La Graciosa, como popularmente
se le apodaba, que recalaran en la isla el matrimonio formado por D. Patrick y esposa,
catedráticos de la Universidad de Oxford, Inglaterra, quienes ante la
proximidad de su jubilación buscaron islas por
el mundo, para su retiro, pues
tal como explicaron ellos visualizada en el mapa esta Isla, pensaron que si
habían habitantes tendrían que haber una
escuela, y lógicamente un maestro, y dirigieron a éste una carta pidiéndole
información sobre la isla, en la que posteriormente construirían su casa y acabaron en ella sus días, como
todos recordarán.
Esta breve biografía y
referencias a la figura de nuestro padre hay que situarla en La Graciosa de
entonces, donde como he señalado, las comunicaciones con la Isla de Lanzarote
no tenían frecuencia en el tiempo, los
medios de traslado no eran ni los deseables ni tampoco lo suficientemente seguros,
donde no había agua corriente ni luz, unido a la rudeza de sus gentes, no acostumbrada a las
interferencias en sus vidas, que suponía la escolarización de los hijos con una
asistencia continuada; y que ocasionó más de
una controversia, solventada
por la tenacidad del maestro, quien lejos de volver para disfrutar de las comodidades que dejó en su Isla de origen, Gran Canaria, decidió
implicarse aún más en su tarea. Amplia por otra parte, por no ser solo la
enseñanza de los menores, sino la de los
adultos ansiosos, por ampliar sus conocimientos o llenar el poco tiempo de
ocio, en más la del sanitario
inexistente y la de delegado para cobros
y pagos de oficinas provinciales. Éstas últimas, aunque inconcebibles en la
sociedad actual, guiadas por el consumismo y la avaricia, fueron realizadas de forma totalmente altruista,
gratuitamente.
Para todo ello contó con el apoyo incondicional de su esposa
Carmen, quien lejos también de su familia y de los bienestares que le ofrecía
la capital de la provincia, se integró en la vida de la Isla, aunque con la ayuda de una persona que fue especial
en nuestras vidas, por su cariño y su extrema generosidad, Catalina; hasta tal
punto que a día de hoy nuestra madre recuerda esa época como la mejor etapa de su
vida y aunque no esté aquí físicamente, debido principalmente a la aversión
creada al barco, sí quiso que a través
de nosotros trasmitiera, que lleva la Isla y sus habitantes en lo más profundo
de sus sentimientos.
Tanto se involucró el maestro, en las costumbres y vida de
estas gentes, que terminó formando parte de su actividad principal, la pesca; convirtiéndose en armador, primero barcos de vela, que iban a la zafra a Cabo Blanco, después de motor, como el Teneza, que se hundió en la
tan temida Orzola. También el Ave sin Puerto, que tras años de faena terminó encallado
en la costa africana, para lo que tuvo que alquilar una avioneta para localizar
y traer a su tripulación. Patrones y
marineros de esta Isla, que lejos de ser asalariados eran ante todo amigos. Y el último de sus barcos, Los Gallegos.
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Compartió historias y anécdotas, aunque ahora nos parece muy
escaso el tiempo que le dedicamos, para toda la sabiduría y vivencias que nos
pudo haber trasmitido.
Y enaltecía a este pueblo, gente entonces sacrificada, humilde y solidaria, cuya finalidad
era la supervivencia, lejos de la codicia que nos mueve hoy, donde el terreno
no era objeto de comercio sino el medio para independizarse una vez se contraía
matrimonio, al levantar, en el que le era asignado, sin costo alguno, lo que
sería el futuro hogar. Donde los hombres comenzaban la lucha diaria, antes del
amanecer, contra las inclemencias del tiempo, para obtener del mar el alimento y medio de vida, el pescado. Alimento
base de la población isleña y que sería también objeto de intercambio por otros productos, en la vecina isla de
Lanzarote.
Faenas éstas que como dije comenzaban antes del amanecer y
terminaban al atardecer con la llegada de los barcos, motivo de reunión en el
muelle para ver y sacar las capturas, tras lo cual los barquillos eran varados en las playas, ayudados entre
otros familiares, por las mujeres.
Mujeres dotadas de una fortaleza indescriptible, pulcras hasta
la saciedad, al mantener no sólo sus casas relucientes sino también su entorno,
pues limpiaban diariamente las aceras y de forma automática barrían la mitad de
la calle de lo que constituía el fronte de la vivienda; en definitiva el pueblo
era el fiel reflejo de esa escrupulosidad. Constituían el pilar básico de la
Isla, asumiendo con arrojo todo tipo de
quehaceres y cometidos, que iban desde
ayudar a los maridos e hijos al regreso de la faena pesquera diaria, escamando pescado, esparciéndolo en
los tenderos, a ser también las que
portaban, encima de su cabeza, cual equilibristas, en cestas o sacos, el
pescado, para venderlo o intercambiarlo, en Yé, Haría o Maguez, subiendo para
ello el Risco de Famara, sin olvidarnos
de aquéllas que previamente, y bordeando
el acantilado, venían desde Pedro Barba portando esos sacos o cestas.
Eran también las que orillaban la Isla en busca de burgaos y
lapas, que una vez hervidos, y con gran paciencia, se reunían al atardecer en
pequeños grupos, ante aquella ingente montaña de conchas, para haciendo hábilmente
uso de la aguja, extraer el preciado
marisco, que era posteriormente embotellado y seguir el mismo proceso que el
pescado.
Eran ellas también, las que portaban en sus cabezas tras
enrollar un paño, en el que se apoyaban, las
dos latas de agua que diariamente recibía cada casa, y que les era
entregadas en la Mareta, situada en el centro del pueblo, y que era abastecida
por la barcaza o barco-aljibe que recalaba cada cierto tiempo a la Isla, debido
a la escasez de agua.
Las que tendían, después de lavadas, las sabanas al sol, para
que se blanquearan, colocándolas para
ello encima de los cayados.
Las que no se achicaban ni dudaban en subir precipitadamente el Risco
fuera cual fuera la hora, de día o de noche, cuando la situación lo requería,
como era el transportar en brazos a los niños que precisaban de asistencia
médica inmediata. Situaciones graves o
de emergencia que requerían de la agilidad, fortaleza, y resolución que caracterizaba a estas mujeres.
Complementaban las tareas rudas y que entrañaban riesgos en
algunas ocasiones, con otras más delicadas
pero igualmente apreciadas, como era el
hacer y remendar la ropa, aspecto este último más habitual
debido a la escasez y precariedad que primaba en esa época, consistía, utilizando las telas más resistentes,
la de mahón que se decía, en sobreponer trozos de tela en las partes más desgastadas
de la indumentaria, que prácticamente era similar en la población, sin atisbo de modas ni complejo
por ello, y que se convirtió en un rasgo
característico o seña de identidad de la vestimenta de los habitantes de la
Isla.
Podríamos decir que la técnica tan de moda ahora en colchas, cojines etc que casi todas conocemos, como el pachword, tuvo sin lugar a dudas su origen
en esta Isla.
Prueba de un trabajo exquisito, eran también las rosetas.
Sentadas en grupos, en las aceras de las casas unas veces, otras en el
interior, cojín en mano confeccionaban
por las tardes, esas rosetas, de un blanco níveo, perfectas, que iban
apilándose en cajitas que luego eran
entregadas en alguna tienda del Norte de la isla vecina.
A todo ello hay que unirle su faceta principal, la de madre.
Quién no recuerda al atardecer, carentes de otro medio de comunicación, las
llamadas reiteradas, desde la sociedad hasta los corrales, y de los corrales a
la sociedad, que se convertían en
verdaderos cantos, al prolongar las letras o sílaba del nombre del hijo cuya presencia era reclamada, y que
éstos reconocían perfectamente, llamadas
éstas que podríamos decir que serían la envidia de cualquier soprano.
Niños éstos, entre los que nos encontramos nosotros, criados en
contacto directo con el medio, donde no existían más juegos que correr, tirar
piedras, jugar al teje y otros relacionados con el mar, cogiendo cabozos,
pulpiando, o jugando simplemente en El Veril. Y a los que a veces entre ellos
se les asustaba, diciendo que había llegado la mano negra a la isla, con la
intención de que no se alejaran al anochecer.
Pero también habían momentos de descanso y diversión. Esas
largas partidas de envite, esos asaderos
de pescado, esas parrandas de timple y
guitarra en las que era obligada la presencia de los Toledo, o los Hernández, y lo que constituía todo un acontecimiento, la matanza de un cochino,
tarea en la que había que destacar una figura, la de Faustino el pastor; y que
siendo la carne un bien escaso en la
isla, del animal se aprovechaba hasta lo más mínimo.
Quién no recuerda:
El olor que desprendían
las barricas llenas de pardelas en salazón, que provenientes de Alegranza
o de otros islotes, eran colocados en la punta del muelle esperando ser transportadas, para su venta, en la
vecina isla. Curioso resulta que la captura de lo que fue alimento y objeto de comercio hoy esté
altamente castigado.
La puesta en marcha del motor de la luz, qué niño no saltó ese
día alrededor de la bombilla que se encendió por primera vez encima de
la puerta del cuarto del motor. Motor que se encendía solamente unas horas una vez anochecía.
Y
los primeros panes, artesanos donde los hubiese, duros en sus inicios y con un
sabor difícil de olvidar, después.
Y esas noches de calor
en la que los vecinos sacaban sus sillas afuera, para compartir historias o charlar de lo cotidiano, donde la
luz de las estrellas no se veía empañada por la luz artificial. Salvo en una
ocasión por las explosiones, que se
vislumbraron tras la montaña de Las Agujas, que tanto miedo produjo a la
población, y sobre las que tanto se especularon, yendo desde la idea del choque de alguna nave, hasta un meteorito o no se sabe qué. Tiempo después se
supo que eran barcos de la marina española
que estaban de maniobras, siendo los objetivos de tiro los Roques o Islotes del
Norte de la isla.
Pocos se acordarán del barco ruso que fondeó en el Río y al que por curiosidad se
acercaron algunos de los marineros locales, como Perico “El Patúo”; Tomás el de Primitiva, Perico el de La cachimba, Gregorio El Erizo, quienes
volvieron cargados de revistas y otros objetos, que pocos días después, tras la aparición de barcos de la Marina
Española le fueron requisados.
Son muchos los recuerdos y vivencias que se agolpan en nuestras
mentes, pero creo que es el momento de concluir este acto y lo hacemos
rindiendo un merecido y sincero homenaje a los hombres y mujeres que han sido
el pilar en la prosperidad de esta Isla y a nuestro padre que con el apoyo de
su mujer contribuyó a ello durante gran parte de su vida, principalmente, a
través de su labor como docente, y que aunque caigan en el olvido, es innegable que forman parte ya de la historia
de esta isla.
Gracias a todos y les deseamos unas FELICES FIESTAS.
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